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La carta que Lenín Moreno envió a la cúpula de Alianza País, la semana pasada, confirma su interés por ser candidato presidencial. El llamado -muy a su estilo- de abrir un espacio de balances y autocríticas o su insistencia en hablar del empleo, la productividad y el redimensionamiento del sector privado, así lo demuestran. Qué decir de su urgencia porque el fiasco electoral del 2014, cuando Alianza País perdió las alcaldías más importantes, vuelva al debate preguntándose si en aquella ocasión se seleccionaron a los mejores candidatos. Moreno se siente fortalecido porque lo han mostrado como el mejor candidato del oficialismo por su carisma y por lo que hizo en el Gobierno, cuando este nadaba en dinero. Por eso la carta, sin hacer muchas olas sobre la gestión del presidente Rafael Correa, muestra la visión del tipo de movimiento político que necesita para sentirse cómodo en la próxima campaña. El problema es que desde Ginebra, le resulta muy difícil incidir en todas las decisiones que está tomando el Gobierno por la llegada de la crisis, así como medir el impacto que estas tienen en amplios sectores, como esas capas medias que 10 años atrás estaban tan ilusionadas en la revolución ciudadana. Al candidato Moreno le será complicado administrar el desgaste de Correa, pues hay grupos (los adultos mayores y las personas con discapacidad no son la excepción), que cuestionan -con o sin matices- que en lugar de ajustar su gasto público, el Régimen siga buscando más y más recursos.
En Ecuador hay desasosiego, perplejidad, desesperanza. Y también rabia e impotencia. Algunos de estos estados de ánimo se miden en los sondeos. El resto es palpable en las redes sociales que, a pesar de lo que se diga, siguen siendo un termómetro, en tiempo real, de lo que ocurre en la opinión que se expresa. En promedio, según los sondeos que circulan, siete de cada diez ecuatorianos creen que la situación general del país es mala.
El ánimo nacional está de capa caída. Y aunque solo un ecuatoriano sobre cuatro (en promedio), sigue aferrado al discurso del gran mesías, el hecho cierto es que la gestión del Presidente Moreno no logra llenar la enorme decepción que han causado las revelaciones de la década de certezas autoritarias, catequesis sabatinas y robo a manos llenas.
El correísmo produjo la depresión y el gobierno no inspira esperanza y optimismo. El país se muestra estacionado, atareado en repasar las mismas películas y preso de lógicas cíclicas de suma cero a las cuales concurren presurosos el gobierno, la oposición y la Asamblea. Un factor altamente emocional agrava el paisaje político: la aversión profunda hasta el asco que provoca la corrupción correísta en cuatro ecuatorianos de cada cinco. Y, por otro lado, el odio ciego que preconizan Rafael Correa y los suyos en contra de sus opositores y del gobierno de Moreno. Ese factor de enfrentamiento visceral sigue gobernando la esfera pública adicta a los insultos y a una visión esquizofrénica de aquellos que están conmigo o en mi contra.
En ese panorama, los principales actores lucen así:
Lenín Moreno: el Presidente tiene clara su guerra contra Rafael Correa. La entiende como el arte de dejarlo sin nada de aquello que creyó suyo y a su servicio. Incluyéndolo a él. Puertas adentro entiende la guerra como una obligación de crear otro ambiente social, más tolerante e inclusive, garantizado por él. No hay en su visión la necesidad de crear otra estructura institucional. Ni de desmontar jurídicamente el aparato construido durante una década. El Presidente tampoco ha definido estrategias, susceptibles de ser identificadas como tales, en ningún campo. No hay un rumbo político definido. No hay un trabajo legislativo concertado y los shows en la Asamblea suman en su detrimento. No hay cirugía mayor a la corrupción. No hay tareas específicas para el gobierno de transición que se supone es el suyo. E incluso está quemando capital político hasta por metidas de pata absurdas de funcionarios cercanos suyos. En este momento, Moreno está estacionado frente a un semáforo en rojo.
Elizabeth Cabezas: no responde al momento político del país sino al acuerdo que la llevó a la cabeza de la Asamblea. Es inverosímil que no haya dado paso a la nueva correlación de fuerzas políticas y que, por esa falta de decisión o de enorme torpeza política, haya mantenido a correístas en el CAL y en la presidencia de ciertas comisiones.
Cabezas cree que su discurso crea realidades. Las cifras de popularidad prueban, sin embargo, que el país no cree y no le importa la Asamblea. Como Presidenta, ella no incide en el bloque oficialista ni en la agenda ni en los tiempos: basta ver la sucesión de shows (caso Balda, Sofía Espín, Normal Vallejo, Fernando Alvarado…) que adornan el paisaje parlamentario, sin que esa función aporte, en dirección alguna, a sacar al país del entrampamiento.
Cabezas cree que su discurso crea realidades. Las cifras de popularidad prueban, sin embargo, que el país no cree y no le importa la Asamblea. Como Presidenta, ella no incide en el bloque oficialista ni en la agenda ni en los tiempos: basta ver la sucesión de shows (caso Balda, Sofía Espín, Normal Vallejo, Fernando Alvarado…) que adornan el paisaje parlamentario, sin que esa función aporte, en dirección alguna, a sacar al país del entrampamiento.
Guillermo Lasso: su operación de médula espinal, lo ha mantenido alejado de la actividad política. Hizo aperturas y exigencias que no fueron atendidas por el gobierno y complicaron su dilema. Porque, por un lado, la derrota polémica lo ubica en forma irremediable en la oposición. Pero, por otro, no puede abrir fuegos irracionales sobre un gobierno débil que enfrenta, sin espacio político en la opinión, el pago de la factura, la crisis económica y la guerra de Correa y su aparato enquistado en el Estado. Lasso tiene un escenario poco envidiable: un gobierno sin rumbo político y aliado de su mayor contrincante en 2021: esa circunstancia debería convertirlo en una gran fuerza de propuesta. No es así. Él y su partido lucen políticamente encerrados en Guayaquil, pendientes de lo que haga Jaime Nebot y sin estrategia para comunicarse en este momento con un país desesperanzado.
Jaime Nebot: es sin duda el actor político que mejor saca las castañas del fuego en este momento. Su alianza con el gobierno es tan provechosa que le permite incluso negarla. Nebot, por la persistencia de sus estrategias, es absolutamente predecible: usará a Lenín Moreno hasta que los sondeos le permitan y luego tomará distancia. ¿Qué partido saca Moreno entretanto? Ese es un enigma. Porque Nebot no hará nada por el gobierno que pueda hipotecar, en lo más mínimo, su popularidad que busca incrementar para concretar su candidatura presidencial. La desesperanza nacional le preocupa tanto como el destino real de este gobierno. En los dos casos su respuesta será la que está escrita en su estrategia presidencial: su modelo en Guayaquil.
La Sociedad: no quiere ajuste económico, cada día descubre más y más corrupción, no tiene certezas y macera su frustración. Las presidenciales están lejos. Las calles se volverán un recurso durante la campaña electoral para las seccionales. Por ahora los correístas quieren usarlas para caotizar el país. Los movimientos sociales y los indígenas también retomarán en ellas sus agendas. La sociedad, por fuera de las redes sociales, no parece tener capacidad de propuesta. Solo de reacción. Pero las cifras de los sondeos marcan una alerta para todos: hay desasosiego, perplejidad, desesperanza, rabia e impotencia…
Los dados están echados para que nadie cambie y nada se mueva. A menos de que esos actores -el gobierno o algún otro-, los vuelvan a lanzar.
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